Pensar en los oscuros ríos
que atraviesa el hombre
en el calor de un mar sin brazos,
fondo de una boca
que casi siempre es ligera
es la calma de lo que vive el día,
la orden inminente para naufragar el barco.
El despertar en la dormida senda de los ofidios
explorando el confín de cada fibra
una caricia cruda que responde en la piel del otro
cuando supuran ríos de la luna.
Una emesis cautiva por años
aparece por la puerta de la grieta,
huésped esclavizada
por el yugo de la razón de una sociedad
que vive en estrecha armonía
ante la humedad que aflora.
Se desliza la mano por el aroma del perfume
avivando el contorno del cuerpo,
un abrazo de víbora repta
entre las escamas desdibujando linderos.
El pulso busca el volumen de la piel desnuda,
las piernas son falsos soles en sus otoños
y pienso en el rayo perdido,
en el rincón donde florece la promesa
en el espacio donde llueve en el bosque.
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